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sábado, 27 de febrero de 2016

Experiencias





Desde que era niño, siempre he sentido cosas a mi alrededor, yo pensaba que todo lo que sentía lo podían percibir los demás. Siempre tenía a algún amigo para jugar, nunca estaba sólo, me encantaba jugar con mis figuritas de cristal en forma de animales, las hacia flotar en el agua.

Mí madre me contó que los vecinos venían a casa a que los masajeara, normalmente siempre les tocaba la cabeza, se quedaban dormidos en mis manos, y ellos le contaban a mi madre que se sentían genial después del sueñecito qué se echaban entre mis manos.








En mí familia nadie antes que yo había despuntado en estos temas, si que es cierto que tienen una sensibilidad especial para detectar energías negativas, y es tradición en mi casa cortar el mal de ojo, mí madre era muy buena con esos menesteres. Pero no evolucionó, no siguió adelante con su don, pero si que ayudó a mucha gente con su gracia para cortar mal de ojo, tenía mucho talento para eso.
Ella me sigue llamando mi ángel.


La historia que quiero contarles es mi experiencia de niño y los ángeles, sabemos que cada ser que nace en este mundo se le asigna un siervo de Dios, o un guía Angelical, según sus dotes de gracia. A mí se me asignaron a tres ángeles qué aun me acompañan, en ese momento no sabía qué eran ni por qué estaban conmigo, me empezaron a adiestrar por las noches, cuando dormía, ellos me llevaban a su plano y empezaron a enseñarme sus dones, en unos de esos sueños, estuve sentado a los pies de Jesús, no solo yo, había muchos más niños, nos hablaba sobre el amor, y nuestra labor de ayudar al prójimo para que no se alejaran del camino, que, como he dicho, es amor verdadero, el respeto y el libre albedrío.






Mí niñez fue muy feliz hasta que me di cuenta de mí realidad, un día iba paseando por la calle e iba hablando con mis amigos como todos los días, discutíamos sobre lo que teníamos que hacer, que si jugar al balón o con el perro, y una vecina que me escuchó, salió a su portal y me preguntó, ¿con quién hablas? Me quedé mirándolos y desaparecieron delante de mis ojos, en ese momento sufrí una crisis me asuste muchísimo y me cerré a ellos, cuando venían a por mí les gritaba, lloraba, no quería ir con ellos, así que desaparecieron, hasta qué cumplí los 15 años.
Ellos volvieron y llenaron mí vida de luz.